Acerca de El rey, las reinas el médico y ella.



En el principio fueron la palabra y el desorden, una “oscura intuición” (1) y el cuerpo de los actores como mojones en un territorio donde el camino se crea en la misma acción del caminar, según lo cantara el poeta, un puro devenir donde en cualquier recodo “te salta la liebre”. De eso se trató el abordaje primero, de ver qué aparece de entre las sombras, del lapsus, el acto fallido, de la ocurrencia, del humor como deriva del sentido, como fisura en los hábitos del discurso. Actitud atorrante frente al lenguaje.En el principio estuvo Ionesco, el de las escenas teatrales pero también el teórico combatiente que en los años 50 y 60 desataba polémicas con la crítica oficial de la época. Podría decir que esas palabras cargadas de significación me situaron en una formidable paradoja: lo que se enunciaba en esos textos diversos me acercaban a una zona que se recortaba por fuera de los mismos. Descubrir aquello que no estaba en las palabras pero que a partir de ellas por pura resonancia hablaba desde alguna parte, apuraba el inicio del viaje. Viaje que por convención aquí llamaremos puesta en escena y que por necesidad operativa de estreno, terminamos llamando El rey, las reinas, el médico y ella.



Toda obra que se encara nos implica en la preguntas: “quién soy, de adónde vengo” (2) y es precisamente por eso que la hacemos, para aventurar algunas respuestas que compartimos con el público, pero son respuestas abiertas, precarias, que no implican cerrar conceptos definitivos, que se esbozan para en verdad dejar planteadas otras preguntas.



En este devenir de la escritura trato de explicar lo que entiendo por hacer teatro y de aclarar rápidamente que sabemos que el teatro no está en los textos, que aunque amamos las palabras de los autores, eso efímero, violento y extraño, tangible y bello de algún modo, que nos sigue convocando después de milenios y que llamamos la escena teatral se conjuga finalmente en el cuerpo de los actores disparados, instalados en el espacio y el tiempo por fuerzas que unas veces podemos nombrar pero otras tantas no, y entonces simplemente nos impulsan en caída libre y, maravillosamente, no nos queda otra cosa que actuar, que generar un lenguaje poético.



Quiero decir, con los actores nos apartamos de la interpretación más o menos feliz de las ideas del texto. Para nosotros fue el tiempo de la actuación, bien distinta es la cosa, bien distinto es accionar que interpretar. Soy conciente que dar cuenta de este principio, de esta postura frente a la teatralidad, excede ampliamente el espacio de este escrito.



Para decirlo de algún modo, con los actores y actrices de la Comedia Universitaria quisimos poner en evidencia las fuerzas que nos habitaban como personas en un tiempo y una geografía particular, pulsar un imaginario –tanto en lo colectivo como en lo individual- que generara una dramaturgia de lo ineludible, aquello que a partir de improvisaciones, de objetos e incluso de vestuarios iba surgiendo en el choque con los textos de Ionesco.



Ahí están como huellas, a veces lábiles -una gramática onírica pero en plena vigilia- la inundación del 2003, el abandono de la clase política gobernante, el extravío de todo sentido en la acción colectiva, los grandes y pequeños miedos personales, las fantasías y memorias, y de alguna manera, la noción de venganza o por lo menos de revancha en la decisión feroz de la actuación. Porque ante todo, la actuación exige un cuerpo decidido y vaya trabajo este en un país en donde hemos perdido la capacidad de decidir como cuerpo social.



Hay que ser muy valiente para ser actor/triz en estos tiempos, hay que serlo para afrontar con entereza y a las trompadas limpias la prepotencia de las “leyes del mercado” y todas esas fantasías idiotizantes sobre el “éxito” y el “triunfo” que suelen confundirnos. El teatro no es para todo el mundo, es para los que asumen el riesgo vital de la poesía, del trabajo arduo con las resonancias personales, las asociaciones múltiples de la imaginación y la acción, el ejercicio de una libertad creadora que no siempre nos ahorra la angustia de la existencia. Y que además, digámoslo claramente, nos ponen a discutir, nos incomoda, con nuestros propios vicios y malentendidos respecto al teatro mismo como acontecimiento inscripto dentro de una tradición.



La vehemencia que pongo en este escrito y que alguno puede juzgar hiperbólica obedece a la alegría que me ha dado el encuentro con actores y asistentes como éstos, que a través de ese formidable instrumento institucional que es la Comedia Universitaria de la UNL, proponen un lenguaje virulento, sin especulación, invitando al espectador a un ejercicio poético de confrontación con los principios de realidad, tan caros a los discursos del poder en cualquiera de sus formas reconocibles.



(1) Peter Brook, en Provocaciones.
(2) Alberto Ure, en Sacate la careta.
Gustavo Guirado

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